AMERICA FRANCESA
Comencemos por el ausente. ¿Cuántos son, hoy, los que recuerdan que por largo
tiempo, hasta la mitad del siglo XVIII, gran parte de América septentrional estaba en
manos francesas?
Pocos, ciertamente. Ni siquiera se sabe, por ejemplo, que, en el siglo
XIX, cuando los pieles roja hablaban del «Gran Padre Blanco», formalmente se referían
al presidente de los Estados Unidos de América, pero recordando, en realidad, al rey de
Francia, su más antiguo señor.
Es que en la América francesa había sido realizado el mejor modelo de
comunidad de vida y de intereses entre blancos e indígenas.
No todo, ciertamente, había
sido bueno. Incluso, se habían dado enfrentamientos y combates muy duros.
Pero habían sido combates entre hombres que se consideraban tales de ambas partes. Se
podría casi decir que los franceses fueron una tribu entre otras, metidos en los
enfrentamientos entre iroqueses, hurones, etc.
Miembros de una sociedad aún preburguesa, rica en características
feudales
residuales, los franceses habían actuado en América con la misma mentalidad que
tenían en la madre patria, conservando, cuando mucho, por más tiempo que en Francia
Lineamientos premodernos de mentalidad y organización social.
Raimondo Luraghi, que escribió la que a mi juicio es la mejor historia de
Estados Unidos de América existente hoy en el mercado, por lo menos de parte italiana.
Describe al caballero francés de América del siguiente modo: “mitad señor feudal, mitad
coureur de bois, poco sensible a los intereses mercantiles (que, al contrario,
despreciaba), y fascinado por la vida en los bosques y los campos; se encontraba muy
cómodo cuando, a la cabeza de sus legiones indias y viviendo con ellas, las llevaba a
descubrir y a luchar.
Por otro lado, siempre bajo los franceses, los indígenas habían accedido también a la nueva economía mercantil, y con una facilidad asombrosa, ayudados quizás por su
habilidad de agricultores.
Ciertamente, de esta novedad se llevaron también los aspectos
negativos: conocieron la riqueza en cuanto tal, y muy pronto aprendieron que riqueza y
poder van muy juntos.
Pero no por eso podemos considerar automáticamente negativo
el desarrollo económico.
Sabemos, en efecto, que éste se vuelve negativo sólo cuando se
convierte en motivo único y paradigmático de una determinada cultura.
“El hecho mismo de que el mercantilismo francés – escribe Luraghi – había
atraído al hombre rojo dentro de la vorágine de la cultura europea, habría sido utilizado
por la monarquía y por la iglesia para dar vida a un intento de imperio tolerante y
paternal que América jamás había conocido antes, y que nunca volvería a conocer
después.
El nacimiento y el ocaso de la Nueva Francia, representaron para el indio el
nacimiento y el ocaso de la única posibilidad que tuvo de insertarse en la cultura
europea sin ser aplastado por ella”.
Oficiales y soldados franceses, al momento de la despedida, recibían tierras en
propiedad, donde se instalaban con los indios del mismo modo como lo habrían hecho
con los campesinos de Francia, y los indios, en esas inmensas zonas de su dominio en
las que los bosques no desaparecían, se mezclaban pacíficamente con ellos.
En todo el continente americano, jamás se vio algo similar. Ningún otro pueblo europeo - ni los
españoles, ni los portugueses, menos los holandeses o los ingleses – supo ni siquiera
imaginar (son ahora palabras de Luraghi) “ese inmenso proyecto de un imperio donde
las naciones indias pudiesen vivir conservando las propias costumbres, la propia cultura,
la propia estructura social y política, bajo el cetro del rey de Francia y la pastoral de la
Iglesia.
Si el proyecto hubiese prosperado, los franceses habrían cambiado la historia del
continente y el destino del mundo:”
Para comprender cuán cerca estuvo este destino de ser diverso, basta
recordar que los franceses de Canadá, bajando por el valle del Mississippi, llegaron hasta el
Golfo de México, cercando completamente las propiedades inglesas.
Es que hubo un punto débil en ese sueño que Samuel de Champlain había
imaginado ya en el siglo XVI.
Pero un punto débil que no dependió tanto de los
iroqueses, duros, por cierto, y valerosos combatientes, a los que ni siquiera los jesuitas
habían podido atraer en la órbita católica y francesa, aunque estos singulares misioneros
conquistaron el respeto de los pieles roja, por el valor que demostraron durante la tortura.
El verdadero desastre (si así lo queremos llamar, por lo menos a la luz de l
los sucesos posteriores) fue que este modelo de colonización daba espacio solamente a un
número muy limitado de franceses, puesto que éstos, al llegar de Francia, debían
convivir con los pieles roja y utilizar sus mismos modelos de vida. Por consiguiente,
cuando a mediados del siglo XVIII se llegó al choque final con los ingleses, las pocas
decenas de millares de franceses no pudieron hacer frente al número enormemente
superior de aquellos. Y los aliados indios tampoco fueron suficientes.
Así, la América francesa desapareció. Fue un sueño maravilloso, pero sólo un sueño.
Compartido, claro está, por los franceses y por los indios. Mientras los
protagonistas de la colonización inglesa están todos, o casi, enterrados en Gran Bretaña,
los grandes franceses de América – como Champlain, como Frontenac, como Montcalm
– yacen en cambio en el Québec.
Y cuando se produjo el último enfrentamiento del
siglo XVIII entre franco-indios e ingleses, los pieles roja dejaban a los cadáveres
ingleses descabezados y con la boca llena de tierra: habían entendido perfectamente qué
pretendían, los ingleses, en América!
Comencemos por el ausente. ¿Cuántos son, hoy, los que recuerdan que por largo
tiempo, hasta la mitad del siglo XVIII, gran parte de América septentrional estaba en
manos francesas?
Pocos, ciertamente. Ni siquiera se sabe, por ejemplo, que, en el siglo
XIX, cuando los pieles roja hablaban del «Gran Padre Blanco», formalmente se referían
al presidente de los Estados Unidos de América, pero recordando, en realidad, al rey de
Francia, su más antiguo señor.
Es que en la América francesa había sido realizado el mejor modelo de
comunidad de vida y de intereses entre blancos e indígenas.
No todo, ciertamente, había
sido bueno. Incluso, se habían dado enfrentamientos y combates muy duros.
Pero habían sido combates entre hombres que se consideraban tales de ambas partes. Se
podría casi decir que los franceses fueron una tribu entre otras, metidos en los
enfrentamientos entre iroqueses, hurones, etc.
Miembros de una sociedad aún preburguesa, rica en características
feudales
residuales, los franceses habían actuado en América con la misma mentalidad que
tenían en la madre patria, conservando, cuando mucho, por más tiempo que en Francia
Lineamientos premodernos de mentalidad y organización social.
Raimondo Luraghi, que escribió la que a mi juicio es la mejor historia de
Estados Unidos de América existente hoy en el mercado, por lo menos de parte italiana.
Describe al caballero francés de América del siguiente modo: “mitad señor feudal, mitad
coureur de bois, poco sensible a los intereses mercantiles (que, al contrario,
despreciaba), y fascinado por la vida en los bosques y los campos; se encontraba muy
cómodo cuando, a la cabeza de sus legiones indias y viviendo con ellas, las llevaba a
descubrir y a luchar.
Por otro lado, siempre bajo los franceses, los indígenas habían accedido también a la nueva economía mercantil, y con una facilidad asombrosa, ayudados quizás por su
habilidad de agricultores.
Ciertamente, de esta novedad se llevaron también los aspectos
negativos: conocieron la riqueza en cuanto tal, y muy pronto aprendieron que riqueza y
poder van muy juntos.
Pero no por eso podemos considerar automáticamente negativo
el desarrollo económico.
Sabemos, en efecto, que éste se vuelve negativo sólo cuando se
convierte en motivo único y paradigmático de una determinada cultura.
“El hecho mismo de que el mercantilismo francés – escribe Luraghi – había
atraído al hombre rojo dentro de la vorágine de la cultura europea, habría sido utilizado
por la monarquía y por la iglesia para dar vida a un intento de imperio tolerante y
paternal que América jamás había conocido antes, y que nunca volvería a conocer
después.
El nacimiento y el ocaso de la Nueva Francia, representaron para el indio el
nacimiento y el ocaso de la única posibilidad que tuvo de insertarse en la cultura
europea sin ser aplastado por ella”.
Oficiales y soldados franceses, al momento de la despedida, recibían tierras en
propiedad, donde se instalaban con los indios del mismo modo como lo habrían hecho
con los campesinos de Francia, y los indios, en esas inmensas zonas de su dominio en
las que los bosques no desaparecían, se mezclaban pacíficamente con ellos.
En todo el continente americano, jamás se vio algo similar. Ningún otro pueblo europeo - ni los
españoles, ni los portugueses, menos los holandeses o los ingleses – supo ni siquiera
imaginar (son ahora palabras de Luraghi) “ese inmenso proyecto de un imperio donde
las naciones indias pudiesen vivir conservando las propias costumbres, la propia cultura,
la propia estructura social y política, bajo el cetro del rey de Francia y la pastoral de la
Iglesia.
Si el proyecto hubiese prosperado, los franceses habrían cambiado la historia del
continente y el destino del mundo:”
Para comprender cuán cerca estuvo este destino de ser diverso, basta
recordar que los franceses de Canadá, bajando por el valle del Mississippi, llegaron hasta el
Golfo de México, cercando completamente las propiedades inglesas.
Es que hubo un punto débil en ese sueño que Samuel de Champlain había
imaginado ya en el siglo XVI.
Pero un punto débil que no dependió tanto de los
iroqueses, duros, por cierto, y valerosos combatientes, a los que ni siquiera los jesuitas
habían podido atraer en la órbita católica y francesa, aunque estos singulares misioneros
conquistaron el respeto de los pieles roja, por el valor que demostraron durante la tortura.
El verdadero desastre (si así lo queremos llamar, por lo menos a la luz de l
los sucesos posteriores) fue que este modelo de colonización daba espacio solamente a un
número muy limitado de franceses, puesto que éstos, al llegar de Francia, debían
convivir con los pieles roja y utilizar sus mismos modelos de vida. Por consiguiente,
cuando a mediados del siglo XVIII se llegó al choque final con los ingleses, las pocas
decenas de millares de franceses no pudieron hacer frente al número enormemente
superior de aquellos. Y los aliados indios tampoco fueron suficientes.
Así, la América francesa desapareció. Fue un sueño maravilloso, pero sólo un sueño.
Compartido, claro está, por los franceses y por los indios. Mientras los
protagonistas de la colonización inglesa están todos, o casi, enterrados en Gran Bretaña,
los grandes franceses de América – como Champlain, como Frontenac, como Montcalm
– yacen en cambio en el Québec.
Y cuando se produjo el último enfrentamiento del
siglo XVIII entre franco-indios e ingleses, los pieles roja dejaban a los cadáveres
ingleses descabezados y con la boca llena de tierra: habían entendido perfectamente qué
pretendían, los ingleses, en América!